Estación. Ida y vuelta, Rosa Chacel
A diferencia de la poesía, a la prosa se le exige que
cuente, que relate algo. Pongamos, por tanto, en palabras de la autora la trama
de esta novela. Es “La historia de un
estudiante que tiene novia (…). Viven, los dos, en diferentes apartamentos de
una misma casa, que es donde la novela ocurre. La conducta de mi
protagonista le obliga a apresurara su
casamiento, a dejar la facultad sin terminar el doctorado y a buscarse un
destino en un ministerio. Al poco tiempo -absurdamente poco- llegan a otro piso
unos forasteros. Son ricos, mundanos, ruidosos; con una cultura un poco turística.
Crean un clima en el que se siente lo
que la casa tiene de precisión, de limitación. Mi protagonista, inmediatamente,
ataca a la nueva vecina pero no llega
más que a tomar sus ideas, a
poseerla en esa forma. Con las nuevas ideas incorporadas, se va un buen día a París. (…) y allí vive su fuga, agota, con minuciosidad
implacable, todo lo que representa ese
acto, irse. Cuando ya lo tiene agotado, vuelve y entonces vive su volver”.[1]
Aquí la trama no es sino un pretexto para seguir los dictados de Ortega (“yo soy yo en mis circunstancias”),[2]
y su dictamen de que “el propósito de la novela moderna era bucear en el abismo de la
vida hasta capas profundas”[3].
El mismo Ortega definió esta novela como la plasmación de sus ideas estéticas.
La novela es casi atemporal, si no fuera por una
breve referencia a García Lorca. El
género de los personajes se desdibuja, hasta el punto de manipular
conscientemente la concordancia lingüística; recurso este destinado a subrayar
que lo importante no está en quien lo dice sino en lo que dice. Así[4]:
“El
encontrarme aquella mañana con aquella chica
comunista a marcar ella los itinerarios, a que todo el mundo se avenga admitir
la dirección y darme por acompañarla y por llevar a su pequeño brazos… Había llegado a desinteresarnos todo
lo particular. Es decir, nos sentíamos partes, participantes de un momento,
estado, sentimiento común. Distantes aisladas de esta corriente que nos
penetraba estaban las otras verdades olvidadas. La de que entre la chica y yo no había la menor relación; …”. “Pero
decir que ahora es cuando empiezo a
interesarme por el viaje. Ahora, con itinerario propio, Julia, seguramente, lo
encontrará descabellado. Está acostumbrado de su experiencia.”
Escrito
en primera persona, aunque no se ajusta a la técnica narrativa del diálogo interior, la autora emplea estas palabras[5]:
“aquella noche no puede establecer el diálogo interior hasta muy altas horas,
cuando después de analizar mi falta, no podía
comprobar lo que había ocasionado.”
Los objetos, parecen dotados de voluntad, adquieren carácter animado,
como ocurre con los abrigos[6], la escalera, la pantorrilla, o el papel
pintado:
“Los abrigos tienen fisonomías sensibles que
delatan cómo han pasado la noche. Se puede juzgar, por su buena o mala cara, si
durmieron, o no en la percha. En las primeras mañanas frías salen desencajados,
entumecidos, los abrigos que hacen servicio permanente. Es una arruga que les
cruza la espalda o la solapa lo que deja adivinar que hicieron de mantas.
Arruga difícil de quitar por estar
planchada toda una noche por el peso de
un cuerpo, cogida con la espalda en el
instintivo remeterse la ropa de la cama
por detrás …”
Hace uso
de la reiteración, hasta convertir el texto en un juego de palabras:
“Porque
el que tiene un fin … Todos los fines son iguales. Al fin todos se reducen a
ganar, los que tienen buen fin, a los que tiene malo, Teniendo a lo mejor mal fin el que tenía fines más buenos. Por
esto, de toda observación puede temerse que tienda a conocer los fines del prójimo
para suponer su fin posible. Y yo llego a este fin ahora. Prescindir de
todo fin".[7]
En la novela se encuentran párrafos que recuerdan a Jean Eyre, a Cumbres Borrascosas, a El empapelado amarillo[8];
no obstante Rosa Chacel se negó expresamente
a ser considerada representante literario de su género.
Por último, pero no menos importante,
un carácter poético que atraviesa toda
la novela (así como toda su obra).
Un ejemplo[9]:
“Es cobarde temer las sorpresas. Es cobarde, es de
una petulancia vieja y desesperanzada. Es como no tener ganas de bromas, como
vivir en la linde de los acontecimientos, desde donde se les pueda ver
pasar sin que se metan con uno ni vengan
a turbar su comodidad. Como tener una puerta sin llamador;… Es como creer
saber que nada puede venir a
sorprendernos agradablemente, a traernos
una felicidad más perfecta que la que
hubiéramos podido encargarnos a la medida”.
Como
dice Shirley Magnini, Estación. Ida y
Vuelta, nos da el eje de ese de esa
búsqueda de la salvación, de ese suicidarse y revivir a través de la
literatura. Cuando al final de la novela escribe: “Algo ha terminado; ahora puedo decir: ¡principio¡”, Chacel tenía
presente el material con el que iba a tejer su obra futura.[10]
Se
ha dicho de Rosa Chacel que encarna a la perfección aquello que vislumbró
Cervantes: “En España se premia en primer lugar el favor, y en segundo, el
mérito” (A. Trapiello). Porque Chacel, que en los últimos años recibió algunos homenajes
y pocos premios (Nacional de las Letras, Crítica, entre otros), está
considerada por algunos críticos como “una de las cumbres de la literatura
española del siglo pasado” (R. Conte) gracias a títulos como Estación
de ida y vuelta, Barrio de Maravillas o Memorias
de Leticia Valle.[11]
Marivi